III Domingo de Pascua

La Palabra de Dios

Lucas 24. 13-53

Aquel mismo día, dos de ellos iban caminando a una aldea llamada Emaús, distante de Jerusalén unos sesenta estadios; iban conversando entre ellos de todo lo que había sucedido. Mientras conversaban y discutían, Jesús en persona se acercó y se puso a caminar con ellos. Pero sus ojos no eran capaces de reconocerlo. Él les dijo: «¿Qué conversación es esa que traéis mientras vais de camino?». Ellos se detuvieron con aire entristecido. Y uno de ellos, que se llamaba Cleofás, le respondió: «¿Eres tú el único forastero en Jerusalén que no sabes lo que ha pasado allí estos días?». Él les dijo: «¿Qué?». Ellos le contestaron: «Lo de Jesús el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y palabras, ante Dios y ante todo el pueblo; cómo lo entregaron los sumos sacerdotes y nuestros jefes para que lo condenaran a muerte, y lo crucificaron. Nosotros esperábamos que él iba a liberar a Israel, pero, con todo esto, ya estamos en el tercer día desde que esto sucedió. Es verdad que algunas mujeres de nuestro grupo nos han sobresaltado, pues habiendo ido muy de mañana al sepulcro, y no habiendo encontrado su cuerpo, vinieron diciendo que incluso habían visto una aparición de ángeles, que dicen que está vivo. Algunos de los nuestros fueron también al sepulcro y lo encontraron como habían dicho las mujeres; pero a él no lo vieron». Entonces él les dijo: «¡Qué necios y torpes sois para creer lo que dijeron los profetas! ¿No era necesario que el Mesías padeciera esto y entrara así en su gloria?». Y, comenzando por Moisés y siguiendo por todos los profetas, les explicó lo que se refería a él en todas las Escrituras. Llegaron cerca de la aldea adonde iban y él simuló que iba a seguir caminando; pero ellos lo apremiaron, diciendo: «Quédate con nosotros, porque atardece y el día va de caída». Y entró para quedarse con ellos. Sentado a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo iba dando. A ellos se les abrieron los ojos y lo reconocieron. Pero él desapareció de su vista. Y se dijeron el uno al otro: «¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras?». Y, levantándose en aquel momento, se volvieron a Jerusalén, donde encontraron reunidos a los Once con sus compañeros, que estaban diciendo: «Era verdad, ha resucitado el Señor y se ha aparecido a Simón». Y ellos contaron lo que les había pasado por el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan. Estaban hablando de estas cosas, cuando él se presentó en medio de ellos y les dice: «Paz a vosotros». Pero ellos, aterrorizados y llenos de miedo, creían ver un espíritu. Y él les dijo: «¿Por qué os alarmáis?, ¿por qué surgen dudas en vuestro corazón? Mirad mis manos y mis pies: soy yo en persona. Palpadme y daos cuenta de que un espíritu no tiene carne y huesos, como veis que yo tengo». Dicho esto, les mostró las manos y los pies. Pero como no acababan de creer por la alegría, y seguían atónitos, les dijo: «¿Tenéis ahí algo de comer?». Ellos le ofrecieron un trozo de pez asado. Él lo tomó y comió delante de ellos. Y les dijo: «Esto es lo que os dije mientras estaba con vosotros: que era necesario que se cumpliera todo lo escrito en la Ley de Moisés y en los Profetas y Salmos acerca de mí». Entonces les abrió el entendimiento para comprender las Escrituras. Y les dijo: «Así está escrito: el Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día y en su nombre se proclamará la conversión para el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén. Vosotros sois testigos de esto. Mirad, yo voy a enviar sobre vosotros la promesa de mi Padre; vosotros, por vuestra parte, quedaos en la ciudad hasta que os revistáis de la fuerza que viene de lo alto». Y los sacó hasta cerca de Betania y, levantando sus manos, los bendijo. Y mientras los bendecía, se separó de ellos, y fue llevado hacia el cielo. Ellos se postraron ante él y se volvieron a Jerusalén con gran alegría; y estaban siempre en el templo bendiciendo a Dios.


Reflexión

Hoy nos ofrece la reflexión de la Palabra Francis Ortiz

Tenemos hoy un texto del evangelista Lucas. Él es un historiador, se ocupa más de narrar los hechos. Para ello dispone del material narrativo de Marcos, y también conoce los “logia” o palabras de Jesús. En Lucas Jesús es aquel que viene a librar al mundo de sus males. El mundo son en su evangelio los más necesitados, los débiles. Y para ello cuenta con la fuerza del Espíritu (Ruh en árabe). En mi opinión, más que considerar a Jesús como un salvador, hay que entenderlo como un sanador, un médico de almas.

Al leer este pasaje del camino de Emaús uno se siente conmovido. Necesito leerlo con cariño por dos veces para así acompañar la escena y asistir en persona. Pues siento que de algún modo yo también estoy en el Camino de Emaús. Es un relato encantador el de estos dos discípulos que echan a andar hacia la aldea de Emaús. En su desconcierto, en su perplejidad, ellos contaban con que Jesús, si estaba vivo, ya tenía que haberse aparecido. De una manera natural se les acerca un peregrino, que les echa en cara su falta de fe en los profetas, sobre todo en Moisés, del que dicen que fue el único que vio la faz del Señor.

Sólo cuando le insisten para quedarse y ven que el divino peregrino bendice y parte el pan, descubren a Jesús, llamado Isa ben Maryam por los árabes. Se produce entonces una suerte de catarsis, de encuentro en el corazón de los tres. Pues Jesús o Isa les habla al corazón. Jesús habla siempre al corazón.

Pintura de Caravaggio que describe la cena de Jesús con los discípulos de Emaús

En el versículo 36 Jesús se aparece entre sus discípulos y dice “Shalom Aleijem”, que en hebreo significa “la paz con vosotros. Se muestra tal cual es y les encomienda la evangelización de las naciones. Para que puedan llevarla a cabo les envía el Espíritu o Ruh.

Al llegar aquí me pregunto ¿Quién es Jesús? Es la autorrealización de Dios en figura de hombre. Hombre que nos sana, que nos acompaña en el camino de Emaús como un amigo, y que nos da la clave del sentido de la Vida. Según el prestigioso psicoanalista suizo Carl Jung, el único sentido de la existencia humana consiste en encender una luz en las tinieblas del mero ser.


Oración de colecta:

Cristo resucitado,

que llenaste a tus discípulos de audacia y nueva esperanza:

fortalécenos para proclamar tu vida resucitada

y llénanos de tu paz,

para gloria de Dios Padre. Amén.

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