Propio 25
La Palabra de Dios
Mateo 22. 34-46
Los fariseos, al oír que había hecho callar a los saduceos, se reunieron en un lugar y uno de ellos, un doctor de la ley, le preguntó para ponerlo a prueba: «Maestro, ¿cuál es el mandamiento principal de la ley?». Él le dijo: «“Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente”. Este mandamiento es el principal y primero. El segundo es semejante a él: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. En estos dos mandamientos se sostienen toda la Ley y los Profetas». Estando reunidos los fariseos, les propuso Jesús una cuestión: «¿Qué pensáis acerca del Mesías? ¿De quién es hijo?». Le respondieron: «De David». Él les dijo: «¿Cómo entonces David, movido por el Espíritu, lo llama Señor diciendo: “Dijo el Señor a mi Señor: siéntate a mi derecha y haré de tus enemigos estrado de tus pies”? Si David lo llama Señor, ¿cómo puede ser hijo suyo?». Y ninguno pudo responderle nada ni se atrevió nadie en adelante a plantearle más cuestiones.
Reflexión
Hoy nos ofrece la reflexión de la Palabra Francisco Ortiz, Guardián de san Jorge
Con este comentario nos adentramos en el último Domingo tras Trinidad. Hoy nos encontramos con un texto cargado de significados. Jesús sigue enseñando con parábolas y contesta las preguntas que le hacen fariseos y saduceos. Encuentro muy sugestivas dos cuestiones que son centrales en este pasaje de Mateo.
En una de esas reuniones con fariseos se establece que Jesús es hijo de David. Pero eso no adecúa su dignidad. En verdad él es el Hijo de Dios, y por lo mismo es superior a David. De ceñirse a su condición humana tendríamos un Koan, es decir, una suerte de acertijo zen. Y es que el rey David no era judío, así como tampoco lo era su bisabuela Ruth, la princesa de Moab. Si Jesús se afirma del linaje del rey David, se sigue de ello que el nazareno tampoco era judío. Todo un desconcertante silogismo, salvado por el hecho de que Jesús es hijo de Dios.
El versículo 36 es una interpelación: “Maestro, ¿Cuál es el mandamiento mayor de la Ley?” El le dijo: “Amarás al Señor con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente”. Se nos pide el amor al Señor, cuando somos incapaces de sentir no ya amor sino afecto por nuestros semejantes. Y por esto hay algo que no me cuadra, lo siento. La idea de una relación afectiva con Dios es algo que viene de los cristianos paulinos. De ellos, andando el tiempo, pasó al sufismo de Bagdad. Árabes místicos como Al Gazzali tomaron esa idea del Amor.
Para los cristianos orientales, semitas al fin y al cabo, la palabra amor es hubb. En árabe también significa obediencia. El hubb es atender a los preceptos, al pacto del Dios de Israel. Antes que el amor (algo demasiado humano) debemos entender que el mandamiento mayor de la Ley es el respeto, la obediencia. Ese es el Hubb del Señor de los Mundos. Este sentido del hubb semita no se parece en nada a un verso de San Juan de la Cruz. El Dios semita, bien judío bien cristiano oriental, no establece un vínculo personal amoroso con el creyente. No.
Insisto pues en mirar el mensaje de Jesús sabiendo que se trata de un hombre semita y no de un occidental. Y es que la espiritualidad semita no se fundamenta en el sentimiento, en la afectividad. Ella invita a la acción; no vale tanto rezar, sentir hubb, cuanto actuar, ser generosos, hacer el Bien a los demás.
En el amor a los míos sí que encuentro al Señor. En la satisfacción (rîda en árabe) por las buenas obras sí encuentro al Señor, con todo mi corazón y toda mi mente. Pues se trata del pacto con el Señor de Abrahán, de Isaac y de Jacob.
Oración de colecta:
Dios misericordioso,
enséñanos a ser fieles en el cambio
y la incertidumbre,
que confiando en tu palabra
y obedeciendo tu voluntad
podamos entrar en la alegría indefectible
de Jesucristo, nuestro Señor. Amén.