La Palabra de Dios
Evangelio según Lucas 3. 15-17, 21-22
El Bautismo de Jesús
Como el pueblo estaba en expectativa, preguntándose todos en sus corazones si acaso Juan sería el Cristo, respondió Juan, diciendo a todos:
Yo a la verdad os bautizo en agua; pero viene uno más poderoso que yo, de quien no soy digno de desatar la correa de su calzado; él os bautizará en Espíritu Santo y fuego. Su aventador está en su mano, y limpiará su era, y recogerá el trigo en su granero, y quemará la paja en fuego que nunca se apagará.
Aconteció que cuando todo el pueblo se bautizaba, también Jesús fue bautizado; y orando, el cielo se abrió, y descendió el Espíritu Santo sobre él en forma corporal, como paloma, y vino una voz del cielo que decía: Tú eres mi Hijo amado; en ti tengo complacencia.
Reflexión
Hoy nos ofrece la reflexión de la Palabra, Jacob van Etten
Muchas veces nos preguntamos por qué Jesús se tiene que bautizar. Si el bautizo simboliza el perdón de los pecados, limpiados por el agua, ¿por qué se bautiza él que no tenía pecado? San Lucas conecta el bautizo con agua durante el descenso del Espíritu Santo sobre Jesús; pero eso complica aún más las cosas: si Jesús era ya el Verbo Divino en forma humana, ya tenía el Espíritu Santo, ¿por qué lo tiene que recibir ahora?
El bautizo tiene varios significados. El agua generalmente tenía que ver con rituales de limpieza. El sumo sacerdote judío se bañaba para quitar impurezas antes de hacer un sacrificio. En el antiguo testamento, la impureza ritual no siempre tenía que ver con el pecado. Tocar un cadáver, por ejemplo, también hacía a la persona impura, pero no era un pecado. El baño era el primer paso de una secuencia de rituales que terminaba en el sacrificio.
El bautizo de Juan el Bautista tenía un sentido muy específico. No era un ritual ya existente sino un nuevo ritual que iba con su llamado al arrepentimiento. Juan bautizaba en el río Jordán, donde los israelitas habían llegado desde Egipto para cruzar el agua y entrar a la tierra prometida. El bautizo en el Jordán simbolizaba una nueva entrada al país. Al dejarse sumergir por Juan el Bautista, los israelitas reconocían que Israel no había cumplido su misión como pueblo escogido (Lucas 3:7-9). Tenía que ser un pueblo sacerdotal, que mostraba la gloria de Dios en la tierra para todas las naciones. Ahora los israelitas cruzan de nuevo el agua para entrar en su país, pero en este caso, Dios no seca el río para que pase el pueblo, como pasó cuando entraron por primera vez (Josué 3). Ahora el pueblo se deja sumergir en las aguas, simbolizando su propia muerte (Romanos 6:3). El pueblo se ahoga simbólicamente, dejando atrás su vida anterior, caracterizada por el pecado. Así indican que no son dignos de ser parte del pueblo de Dios. Solo Dios mismo puede devolverles su derecho de llamarse israelitas.
No es un acto de desesperación. Juan habla de la esperanza de una restauración divina. Su bautizo con agua es solo una expresión tímida del bautizo que vendrá. Habrá un bautizo superior, en Espíritu y fuego. El agua afecta solo el exterior, el cuerpo, pero el otro bautismo será total: penetra hasta lo más profundo del ser humano y afecta toda la humanidad.
Jesús también se sumerge en el río. Ahora podemos entender mejor la razón de su bautizo. No lo hace por arrepentimiento, sino porque él representa al pueblo como su rey. Jesús no es un individuo más, sino la persona que va a cumplir en persona la misión que Israel no ha cumplido antes. Al entrar al río con su pueblo, entra simbólicamente al nuevo país de Israel. Lleva la carga de su gente, es su responsabilidad. Y se entrega totalmente a esta misión.
Para Jesús el bautizo significa que empieza su misión con plena consciencia de las últimas consecuencias de esa entrega total. También Juan el Bautista está consciente que Jesús representa al pueblo no sólo como su rey, sino también como el cordero que lleva sus pecados (Juan 1:29).
El bautizo de Jesús en el agua del Jordán es seguido por la visión de la paloma que demuestra cómo desciende el Espíritu Santo sobre Jesús. No significa que Jesús no tenía el Espíritu Santo antes de su bautizo. Jesús ya tenía el Espíritu (Lucas 2:40). La paloma simboliza la respuesta de amor del Padre ante el acto del Hijo en ese momento. Jesús empieza su misión simbólicamente, mostrando su entrega completa en amor a Dios.
La paloma es una respuesta que confirma el amor de Dios Padre al Hijo. Somos testigos de un intercambio amoroso. La paloma anticipa la resurrección de Jesús como respuesta a su sacrificio. El bautizo significa la muerte, pero ni el agua, ni el fuego, pueden tocar el amor divino. Al sumergirse en el agua de la muerte, Jesús inicia la misión que traerá la reconciliación cósmica entre cielo y tierra, la paz que simboliza la paloma.
Como cristianos, somos parte de esta historia. En nuestro propio bautizo, nos sometemos a la muerte como Jesús (Romanos 6). Hemos muerto ante el pecado, pero ahora somos parte del cuerpo de Cristo. La vida cristiana comienza con el bautizo. La liturgia siempre comienza con el arrepentimiento de los pecados. Es el mismo patrón. De esa forma, el bautizo puede imprimir su sello en nuestras vidas, afectando no solamente a nuestro cuerpo, sino también a nuestra mente y espíritu, uniéndonos más y más a Cristo.
Oración para la semana